Se empapa Ángela Cienfuegos de la virginidad de aquellos libros sin garganta, de la mudez del habla de unos pechos de papel, de las añejas historias que quizá son barbecho de tenues soledades fugitivas, babas diseminadas de un querer gritar sobre un oído que escuche. Recostada sobre la pared Ángela se abandona a las letras, a la tenue luz de la lámpara que mira, al estribo desencajado de la silla donde se apilan sueño y tiempo, vidas empolvadas en la orilla de su misma vida, costado de aurora que a veces sobrevive a la mañana ocupando el lugar de una muñeca de trapo con sandalias nuevas.
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