Ángela Cienfuegos es una superviviente de ese mar que se abotonó al cuello. Abrazó las olas con un remo y nadó sobre el fondo de unos ojos que apenas al mirarlos se escapaban. Cada uno de sus sentidos taladró la apnea de respirar sobre la flor más alta, más abisal del aprendiz de lo eterno donde solamente las miradas hablan en los suelos resbaladizos del placton que habita.
Sobrevive Ángela Cienfuegos a la soledad de sus trapos mojados, a la inocencia de no ser tan inocente cuando el ángel de la guarda se evapora, cuando las preguntas que se hace sólo responden lluvia, lluvia y más lluvia… Y amanece otra vez Ángela con sus puntos cardinales a media voz, a media asta, con el sur a cuestas sobre el remo que boga hasta su propio fondo, hasta la propia sabiduría de saber que ella quizá sólo sea un punto más, un punto prolongable y finito en el baile de las sirenas que fondean el mar y los sueños que antes de nacer acaban.